Pertenezco a una familia de televidentes, algo bastante común, me temo, en este país en el que vivimos (ES). Desde que tengo recuerdos siempre ha estado allí aquella caja magnífica que emite imágenes en movimiento, el foco de atención durante las noches en casa, la proveedora de noticias y de entretenimiento por excelencia. Pues ¡oh!, ¡qué maravilla!, basta con apretar un botón sin siquiera levantarse del sofá y
voilá, la solución a nuestros ratos muertos. Recuerdo con alegría las tardes enteras de dibujos en
La 2, el
Ciberclub de
Telemadrid con los dibujos de
Doraemon antes de ir al cole, o las mañanas de los sábados con el
Megatrix de
Antena 3. Imagino que todos las personas criadas en la era de la
televisión, tanto ahora como hace treinta años, recordarán grandes momentos de su infancia y juventud junto a este aparato (gloriosos momentos aquellos en los que recordando viejos tiempos con los amigos cantamos canciones como la de
Bola de Dragón,
Oliver y Benji,
David el Gnomo, etc.).
En mi caso particular, la cultura de la televisión venía instaurada desde antes de mi nacimiento. Me encontré con ese aparato antes de tener si quiera conciencia, antes de que yo viniera al mundo ese trasto ya estaba metido en mi casa dando las noticias y protagonizando noches familiares. En mi familia, al igual que en la de casi todas las personas de mi entorno, la televisión está completamente integrada como un elemento más, un elemento aparentemente fundamental, y lleva siendo así probablemente más de tres décadas (en España hay emisiones regulares desde
1956). Dado que esto es una realidad, sería perfecto que lo que nos llega a través de nuestra querida pantalla fuera objetivamente verídico e imparcial. ¿Qué ocurre? Resulta que lo que recibimos a través de la tv son señales de vídeo minuciosamente preparadas para el consumo. Doy por hecho que sabéis lo que esto significa, todos hemos visto cine de ficción y sabemos hasta qué limites expresivos puede llegar (y lo digo como amante del mismo). Ahora bien, sumemos a las posibilidades expresivas del cine los intereses políticos y económicos a los que es sometido un país en el
capitalismo (por no hablar de los gigantes conglomerados mediáticos que sirven a tales causas), y recordemos lo antes mencionado sobre la instauración de este medio en nuestros hogares.
Desde que empecé a tener algo de conciencia fui despojándome de la televisión progresivamente. Al principio no podía dar ningún argumento concreto, sencillamente era una mala sensación que venía por una serie de experiencias con la pequeña pantalla: tardes enteras frente al televisor, el zapping de la dejadez, consumo de contenidos vacíos, mensajes antimorales, contemplación de antiejemplos personados en tertulianos... A día de hoy esta es mi opinión al respecto. Me resulta muy saludable, por ejemplo, empezar las mañanas escuchando música (ya sea a través de la radio o a través de tus propios soportes). Hay que ser críticos con la información que nos facilitan, con los contenidos, pero sobre todo hay que conocer el medio por el que la recibes para de ese modo saber a lo que te expones.
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